La historia se llamó primero "La puta y el ginecólogo" , ya sé que es una porquería de título, pero empecé a escribirla así. Después de las dos o tres primeras páginas la dejé porque no me acababa de gustar. Sólo me gustaba el personaje de Virtudes, el ginecólogo era patético. Quedó en el tintero mucho tiempo y un día retomé la historia pero decidí que se llamase como la protagonista.
Si ahora no tienes tiempo, déjalo para otro rato. Esto es sólo para los momentos de entrevida.
VIRTUDES
Virtudes
no parecía un nombre muy propio para una puta. Sé que no está bien
decir puta así de entrada, meretriz, prostituta, puede sonar mejor.
Pero ella no se molestaba, casi se hubiera ofendido si le cambiáramos
por recato su condición. Cuando le preguntabas por su trabajo
siempre decía “yo soy puta”. En realidad yo admiraba aquella
mujer. Virtudes no carecía de virtudes, y no me refiero a las que
son propias de su oficio, sino aquellas que le hacían ser en el
término más amplio “buena gente”.
Cuando
vino a la consulta no tenía una enfermedad venérea que curar para
seguir trabajando. Vino pensando en que de igual manera que en los
bares es necesario pasar un control de Sanidad para la licencia, ella
tenía la obligación de revisar el local. Se había propuesto
mantener su lugar de trabajo en perfecto orden, hacer una puesta a
punto periódica del mismo.
“Vengo
para una revisión, pero yo estoy bien. Además sólo follo sin
condón con mi novio”
La
primera impresión ya habréis juzgado que no fue tan comprensiva
como he expresado al inicio. Qué hacia aquella tipa allí, de esa
guisa. Me iba a espantar la clientela mucho más fina que
habitualmente acudía a mi consulta. Bien es verdad que no siempre
los asuntos que traían a aquellas damas eran tan finos como sus
modales. El secreto de “confesión” me impide decirles cuantas
gonorreas se convertían en una infección por hongos, o que los
papilomas eran simples verruguitas.
“Doctor
explíquele a mi marido que esto lo puedo haber cogido en algún
baño público” “Por supuesto, pero no mencionaré que en ese
baño no estaba sola” pensaba yo.
En
cambio Virtudes nunca escondió su condición. La franqueza de su
lenguaje, la transparencia de su personalidad fue lo que me cautivó.
Acostumbraba a venir cada tres meses, en las primeras visitas el
trato era tan aséptico como el material que empleaba en la
exploración. Poco a poco sus visitas eran esperadas por mí, incluso
reservaba más tiempo para poder hablar con ella de su trabajo, de su
vida. Como si todo ello fuera estrictamente necesario para completar
la historia clínica o poder garantizar un correcto diagnóstico de:
“Está todo bien Virtudes”.
A
veces de forma espontánea me traía a la consulta los problemas
sexuales de alguno de sus clientes, pensaba que yo podría darle
alguna solución. Se sentía en la obligación de ayudarles porque
formaban parte de su trabajo, para ella era como llevarse trabajo a
casa. Alguno de esos problemas de erección, de eyaculación precoz,
de impotencia para los que mi capacidad terapéutica era casi nula,
ella poseía un probado método de sanación. Sin embargo siempre
quería escuchar la opinión de un profesional, con verdadera
disposición a aplicar el consejo que nunca supe darle. Yo le decía:
“Virtudes de eso sabes tú más que yo” y no lo decía con
fingida modestia, sino con la convicción de que así era.
Me
contaba algunas de las historias de esos hombres que no podían tener
una erección con sus mujeres, que con ellas no encontraban
satisfacción sexual. Hombres atrapados por su matrimonio, por las
convenciones sociales, por los tabúes aprendidos y asimilados, que
eran incapaces de ser libres en el único ámbito donde deberían
serlo que es su propia casa. Virtudes les dejaba hablar, se mostraba
comprensiva, les animaba, les hacía pequeñas preguntas para que se
sintieran atendidos y mantuvieran el hilo del relato. Finalmente les
aseguraba que su problema era de lo más común por lo que ni
siquiera era un problema. No había oído hablar de la mayéutica
socrática ni de la entrevista clínica dirigida pero sin duda había
adquirido una maestría natural en el trato de las penas ajenas.
Ellos volcaban en esta desconocida toda su frustración, todo su
miedo, como si estuvieran delante del psicoterapeuta. En el sentido
más verdadero sin pretender evitar calificativos hirientes, era una
verdadera profesional del sexo.
Nunca
se quejaba de como la había tratado la vida, el ser puta le venía
de herencia. Aunque ella decía que podría haber cambiado su destino
no quiso hacerlo, le parecía bien aquello. Nació en un burdel, la
criaron otras prostitutas que asumieron el papel de tías adoptivas.
No tuvo padre porque aquel que venía de tanto en tanto a pegar a su
madre y pedirle dinero, nunca lo reconoció como tal. Tampoco se
quejó cuando tras morir su madre de SIDA la internaron en un
orfanato y la dieron en acogida a “familias” que no siempre
tenían las condiciones de acoger a un huérfano. Siempre pensó que
ella era la culpable de ser una rebelde sin causa, que su carácter
era el responsable de la mala relación con sus tutores, de sus
palizas. Tras liberarse del yugo de la protección social a los
dieciocho años no tardó en ingresar en plantilla en alguno de los
burdeles en los que trabajaba por horas durante su minoría de edad.
Había elegido voluntariamente estar al servicio de los clientes,
porque la mayoría de ellos eran pobres diablos que se desahogaban
con ella, con lo que le permitían tener un sentido de utilidad en la
vida. Se podría decir que se sentía realizada con aquel oficio,
denostado en público, pero mantenido en todas las sociedades.
Repudiado y perseguido por los “puros” de espíritu, que
resultaban ser los mejores clientes de la casa. Me decía, sin ningún
ánimo de molestarme : “ Pásese algún día por allí doctor, ya
me encargo yo de que tenga un buen servicio. No crea, vienen muchos
doctores a visitarnos, también vienen políticos que pagan con VISA
del partido, abogados, notarios, artistas y algún que otro hombre de
iglesia necesitado de redimir ovejas negras. Todos ellos vienen y se
van discretamente, pero mientras están allí dan rienda suelta a sus
sueños. Nadie se va descontento, si acaso alguno se lleva los
remordimientos que le duran hasta la siguiente visita”
Con
toda razón, para ella el suyo era un trabajo honorable, con una
importante función pública, que cualquier gobierno sensato debería
haber pensado en proteger y alentar, con el fin de mejorar la salud
mental de sus ciudadanos. No ignoraba que aquello no ocurriría nunca
por la hipocresía de una sociedad que quería mostrar su cara más
“correcta” sin permitir sacar a la luz la oscura trastienda, en
la que ella se encontraba.
Nunca
me contó el origen de los moratones sobre los que la interrogaba.
“Usted dedíquese a los bajos doctor, de lo otro ya me ocuparé yo”
Sabía que aquellas huellas delataban a un sádico, que lejos de
necesitar los favores de una puta, necesitaba la cárcel y asistencia
psiquiátrica. Sólo lo supe después de la nota que me llegó
disculpándose de que no podía acudir a mi consulta porque debía de
cambiar de ciudad. Cuando acudí al club donde ella me había
invitado a experimentar la dulzura de su oficio, casi todos me
respondieron con evasivas. Tras mi insistencia, se acercó a mí un
animal con forma humana y modales de hiena y me dijo: “ ¿Tú que
quieres? ¿Porqué preguntas por esa puta? ¿Te has encoñado con
ella? Pues se ha ido porque si se queda un día más le habría
reventado la cabeza. Así que sal de mi vista si no quieres que te de
dos hostias, imbécil”
Tal
firmeza en los argumentos me convencieron casi en el acto, pero
también me convencieron de que Virtudes, había tenido la virtud de
saber desaparecer en el momento preciso en que estaba a punto de ser
un número más en los “desgraciados incidentes que ocurren en los
círculos de la prostitución”.
Pero
a la vez tuve el convencimiento de que por mucho que corriera aquella
virtuosa mujer, la violencia de aquellos excrementos de la sociedad
que generamos entre todos, acabarían alcanzándola. Sólo deseaba
poder decirle que aún estaba a tiempo de escapar de aquel mundo,
trabajar en mi consulta por ejemplo de recepcionista. Estuve buscando
un tiempo por algunos prostíbulos de las ciudades que visitaba, no
la encontré y no recibí más cartas. Este es mi reclamo por si ella
pudiera leerlo. Si alguno conoce a Virtudes por favor que se lo diga.
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